27 de enero de 2017, Departamento de Estudios Mesoamericanos y Mexicanos

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Foto: Ma. del Refugio Plascencia / Alhelí Cervantes

viernes, 6 de mayo de 2011

Avances y materiales: Pedro Infante

Versión corregida, aumentada y puesta al día de un trabajo publicado hace muchos años en "Cine y video", una revista que por ese entonces se publicaba en la ciudad de México. Puede servir de guía filmográfica para el trabajo de Identidad y multiculturalidad, del proyecto de Construcción de identidad nacional...


Pedro Infante: Apuntes biofilmográficos

Por Eduardo de la Vega Alfaro

Mayo de 1939: acompañado de su novia María Luisa León Rosas (con la que se casará el 19 de junio de ese mismo año), un  joven sinaloense arriba a la ciudad de México tratando de obtener mejores oportunidades para desarrollar la carrera de músico y cantante iniciada desde adolescente en su tierra natal. Por ese entonces, la capital del país cuenta con alrededor de 1, 750,000 habitantes y, en tal fecha, en los Estudios CLASA está dando inicio la filmación de Papacito lindo (¡El viejo verde!), comedia picaresca dirigida por Fernando de Fuentes y protagonizada por Fernando Soler y Manolita Saval. La incipiente industria fílmica mexicana, que un año antes había podido financiar 58 películas de largometraje colocándose a la cabeza de la producción del cine hablado en español, no tardará en comenzar a padecer los estragos de una crisis provocada por la pronta saturación de los mercados de Iberoamérica, agobiados de tantas “comedias rancheras” realizadas en avalancha tras el inusitado triunfo de Allá en el Rancho Grande, dirigida en 1936 por el mencionado Fernando de Fuentes. Según algunos de sus biógrafos, aquel joven, llamado José Pedro Infante Cruz, logrará obtener un no acreditado papel de extra en la comedia “hispanizante” titulada En un burro tres baturros, Ópera Prima de José Benavides Jr. realizada a partir del 28 de julio de 1939 en los Estudios México Films con Carlos Orellana, Sara García y Joaquín Pardavé a la cabeza del nutrido reparto. De ser cierta esta  versión, la poco notoria presencia del sinaloense en dicha cinta apenas debió ayudarle a paliar su desesperada situación como provinciano recién llegado a la capital sin trabajo seguro.
            Nacido el 18 de noviembre en el puerto de Mazatlán, estado de Sinaloa, Pedro Infante fue el tercero (o cuarto) de los 10 o más hijos procreados por la pareja conformada por don Delfino Infante García y doña Refugio Cruz Aranda. Luego de vivir en varios lugares, cuando el pequeño Pedro apenas contaba con unos 8 años de edad la familia, de condición humilde, se traslada a Guamúchil, otro pueblo del mismo estado, donde radicarán durante buen tiempo. En ese lugar Pedro continuó sus estudios de primaria (iniciados en el poblado de Rosario) y, según parece, desempeñó su primer trabajo: mandadero de la “Casa Melchor”, un establecimiento comercial de implementos agrícolas. La afición musical le llegó a Pedro como una especie de herencia familiar: don Delfino venía ejerciendo como maestro de música y director de orquesta; en calidad de tal emprendería giras incluso en el sur de los Estados Unidos. Al iniciarse la década de los treinta. Pedro Infante estaba convertido en modesto carpintero en un pequeño taller perteneciente a don Jerónimo Bustillos, su maestro en esos menesteres; se dice que ahí construyó, “con sus propias manos”, su primera guitarra y, estimulado por algunos amigos y familiares, se dedicó afanosamente al estudio de ese instrumento, que llegó a dominar a plenitud. Gracias a las enseñanzas de otro amigo de su barrio, Infante aprendió los secretos de la peluquería y aprovechó sus dotes de cantante para ganarse la vida dando serenatas típicamente provincianas. A partir de 1933  funda con su padre la orquesta “La Rabia” y poco después ambos se integran al grupo musical regenteado por don Luis Ibarra. En 1934 procrea su primera hija: Guadalupe Infante, producto de su una intensa relación juvenil con Guadalupe López (o Márquez).
            El primer gran momento en la carrera artística de Pedro tiene lugar cuando, en 1937, logra un empleo como violinista, baterista y cantante de la orquesta “Estrella”, de lo que derivó un contrato para trabajar como intérprete folclórico y romántico para la XEBL, una popular radiodifusora de Culiacán, capital de Sinaloa. El 30 de mayo de ese año conoce a María Luisa León, varios años mayor que él, con la que inicia un noviazgo más o menos formal. Diferencias de clase de por medio, ante la oposición de la familia de ella para poder casarse, los novios deciden emprender un largo trayecto rumbo a la capital del con objeto de dar comienzo a su vida matrimonial y buscar fortuna en el medio artístico. Luego de instalarse en un pequeño cuarto ubicado en la calle de Ayuntamiento No. 41 (muy cerca de las instalaciones de la XEW), de donde al poco tiempo se trasladan al número 110 de Abraham González, Pedro y María Luisa se casan por la iglesia el 1 de julio de 1939 en la mismísima Catedral Metropolitana. A la boda la circunda un aura romántica pero, en un principio, la vida conyugar resulta complicada debido a la imposibilidad de obtener un empelo bien remunerado después de que la primera intentona de Pedro para ingresar a la “W” fracasa de manera rotunda. La parte legendaria de su biografía señala que, en tales condiciones, una especie de destino indescifrable lo lleva a guarecerse una tarde lluviosa de principios de 1940 a las puestas de la XEB, competidora de la “W”, lo que aprovecha para probar suerte en esa estación. Gracias a una recomendación del ingeniero Luis Ugalde, Pedro obtiene una oportunidad en el programa producido por don Julio Morán. Tras una primera prueba que, curiosamente, resultó un fracaso debido a su nerviosismo, Infante triunfa con su excelsa interpretación de “Noctural”, el popular bolero de José Mojica musicalizado por José Sabre Marroquí, y logra ser admitido como parte del elenco de dicha emisión, ganando la entonces fabulosa cantidad de tres pesos diarios.        
            Al parecer, tanto el éxito de sus presentaciones en la XEB como el clamoroso triunfo en el Concurso de Aficionados organizado por el Teatro Colonial de la entonces calle de San Juan de Letrán, contribuyen para Pedro llame la atención de Eduardo Quevedo y Luis Manríquez, productores cinematográficos, quienes le ofrecen  trabajar en un par de cortos, El organillero y Puedes irte de mí, inspirados en sendas melodías del afamado Agustín Lara y realizados por el ya citado José Benavides Jr. hacia principios o mediados de 1941. Hay indicios de que el segundo de ellos, rescatado por la Filmoteca de la UNAM, se filmó en el centro nocturno “Los Cocoteros”, entonces situado en las calles de Oaxaca, cerca de la avenida Insurgentes, colonia Roma. Dichos cortos vinieron a representar el debut formal de Infante en el medio fílmico; en Puedes irte de mí se le observa un tanto rígido en su papel de director de la orquesta que ejecuta la melodía de Lara ante un grupo de elegantes noctámbulos. Por la misma fecha de la realización de esos cortos vinieron, sucesivamente, un contrato por 10 pesos diarios en el conocido cabaret “Waikikí”, de Paseo de la Reforma; la propuesta de don Enrique Serna Martínez para cantar durante un mes en la estación XESA de Tampico, Tamaulipas, donde logra enorme éxito; un apoteósico triunfo tras varias presentaciones en la ciudad de Monterrey; la incursión como figura principal del suntuoso “Salón Maya”, ubicado del Hotel Reforma, del que entonces era propietario el magnate Ricardo “Rico” Pani, y hasta un llamado para doblar la voz del galán Jorge Vélez en las dos intervenciones musicales de éste para la cinta Amor Chinaco, producida y dirigida por Raphael J. Sevilla. Mientras tanto, el vertiginoso ascenso social se refleja en un nuevo cambio de domicilio: del departamento de Abraham González se muda a una residencia ubicada en el número 74 la calle de Ernesto Pugibet, en la “señorial” colonia Del Valle.
            Un vez que la fama tocó a Infante ya no lo dejó nunca. A comienzos de 1942, del “Salón Maya” pasaría a fungir como artista exclusivo del “Tap-Room”, otro de los famosos centros nocturnos situados en el interior del Hotel Reforma, donde se dio el lujo de fungir algunas veces como director de la orquesta llamada “Roff Garden”, de Chucho Martínez Cárdenas, cuya rúbrica musical era la melodía “Stardust” (“Polvo de estrellas”). En torno a esa fecha, al parecer por mediación de Quevedo y Manrique, por fin es contratado para participar como actor secundario en La feria de las flores, especie de drama histórico ubicado en la época juarista y dirigido por José Benavides Jr. para la empresa Ixtla Films del ya mencionado actor Jorge Vélez. De esta forma, el ingreso al cine y la primera etapa de la carrera de Infante en ese medio deben atribuirse al malogrado Benavides Jr., quien se había formado como actor, argumentista y asistente de dirección al lado de varios de los pioneros del cine mexicano con sonido integrado a la imagen: Raphael J. Sevilla, Chano Urueta, José Bohr, Arcady Boytler, Guillermo Indio Calles, Roberto O’Quigley, etc. Para ese entonces la industria fílmica mexicana estaba recuperando su sitio de vanguardia en el mundo de habla hispana y por tanto estaba requerida de nuevos elementos para nutrir sus filas en todos los rubros y órdenes de la producción. Infante se integró al elenco de La feria de las flores respaldado por su condición inapelable de “hijo del pueblo”, sus virtudes de cantante capaz de “llegar hondo al corazón de las multitudes” y, sin duda, debido a su prestigio ganado en la radio y en los cabarets más famosos de la capital del país.
            Una primera fase de la carrera fílmica de Pedro Infante puede limitarse desde su nada convincente aparición en La feria de las flores a la muy sólida presencia del actor en Nosotros los pobres, filmada en 1947 por Ismael Rodríguez. Esa etapa comprende un total de 16 largometrajes filmados por una serie directores de los estilos más diversos durante los años de auge artístico y económico del cine nacional, vividos gracias a la privilegiada situación propiciada por la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas inmediatas. Infante ingresó al cine con un serio factor en contra: norteño al fin, su acento típico era visto como un grave defecto de dicción que, si bien no era muy notorio cuando cantaba, sí se hacía demasiado evidente al ejecutar los diálogos. La superación de tal adversidad fue el aliciente primordial en los primeros tiempos de su carrera. Mientras tanto, en el mismo año de 1942 apareció en otras dos películas que algo contribuyeron a impulsar su imagen: Jesusita en Chihuahua, de René Cardona, una comedia de exaltación costumbrista y regional, y La razón de la culpa, regular melodrama familiar en el que interpretó el papel más insólito de toda su filmografía: un español exiliado obsesionado por conquistar a una mujer casada; en esta cinta, su voz fue doblada por la de Alejandro Cobo.
            1943, calificado por Emilio García Riera como “El gran año” de la industria fílmica mexicana (durante ese lapso se filmaron 70 películas, de las cuales varias pueden considerarse dignos ejemplos del mejor cine nacional), fue también muy prolífico para Pedro Infante. Bajo las sucesivas órdenes de Carlos Orellana, Juan José Segura, Aurelio Robles Castillo, Álvaro Gálvez y Fuentes y Roberto Rodríguez, el actor sinaloense filmó, respectivamente, Arriba las mujeres, Cuando habla el corazón (su primer papel estelar), El Ametralladora, Mexicanos al grito de guerra y ¡Viva mi desgracia! Algunos de los comentaristas fílmicos de la época empezaron a destacar las capacidades histriónicas –innatas- de Infante, que aunadas a su gracia natural le fueron creando un sitio de privilegio entre los integrantes del aún precario Star System local. Salvo en la película de Gálvez y Fuentes (codirigida por Ismael Rodríguez), concebida como un  homenaje a don Benito Juárez y los héroes de la batalla del 5 de mayo en Puebla, dichas cintas sirvieron de alguna manera para conformar la imagen de un Pedro Infante bravucón, mujeriego, simpático y, en el fondo, muy noble: el arquetipo del héroe mítico digno de la comedia ranchera. Pero, pese a lo anterior, la popularidad de Infante no estaba del todo lograda. Prueba de ello es que en El Ametralladora, película que se quería secuela de la muy taquillera ¡Ay, Jalisco, no te rajes! (Joselito Rodríguez, 1941), fue un fracaso tan sonado que su productor y director, Aurelio Robles Castillo, realizó con ella su debut y despedida del cine. Y es que en la cinta se llevó a cabo un juego que resultaría suicida: Infante interpretaba el mismo personaje que en la obra de Rodríguez había protagonizado un Jorge Negrete ya para entonces en la cúspide de la fama. Se pretendía  entonces hacerlo competir con la máxima figura del cine en sus propios terrenos. Craso error que a la postre parece haber servido más a Infante que a los productores ya que ese fracaso lo hizo buscar un estilo más propio. También en 1943 Infante dio otro importante paso en su carrera artística al ser contratado por don Guillermo Kornhauser como artista exclusivo de “Discos Peerles”; en octubre de dicho año, el cantante sinaloense graba sus primeras colaboraciones para esa empresa con melodías como “El durazno”, “Ventanita de oro”, “El azotón”, “El soldado raso” (que años más tarde sería incorporada como sutil referencia en Zoot Suit/Fiebre latina, de Luis Valdez, la obra cumbre del cine chicano), “Rosalía”, “Mañana”, etc.
            Hasta ¡Viva mi desgracia!, la incipiente carrera de Infante mostró sólo buenos destellos. Para que sus capacidades fueran aprovechadas a plenitud hacía falta que el intérprete fuera guiado por algún director de especial talento, capaz de sacar partido sobre la base un trabajo disciplinado, cuidadoso y profundamente creativo. Para fortuna del actor - y puede decirse que de todo el cine mexicano -, ese director llegó encarnado en la figura de Ismael Rodríguez, quien muy joven había debutado en 1942 en la comedia ranchera ¡Que lindo es Michoacán! y apenas tenía en su haber la codirección de Mexicanos al grito de guerra y la realización de Amores de ayer. En encuentro Rodríguez-Infante tuvo lugar en Escándalo de estrellas (que años después sería reciclada con el título de Pedro Infante y las estrellas), única cinta protagonizada por el actor en 1944. A través de los típicos esquemas de la comedia musical, Rodríguez intentó una parodia al propio cine mexicano y, por vez primera en su carrera, Infante interpretó a un personaje citadino, lo que abrió su espectro de caracterizaciones.
            Filmada en 1945, Cuando lloran los valientes es sin duda la película clave del binomio integrado por Rodríguez e Infante. La caracterización que éste último hizo de Agapito Treviño, alias Caballo Blanco, marcó la pauta para el desarrollo de sus personajes más significativos y encomiables en el intrincado espacio de los dramas rurales y comedias rancheras. Infante fue aquí un hombre a carta cabal, macho a ultranza, querido y admirado por toda la gente de la región, es decir, una especie de trasunto de la imagen que ya para entonces proyectaba de sí mismo ante propios y extraños. Dicha película marcó también otro hito: fue la primera interpretada por la pareja Infante-Pavón, quienes a la postre se convertirían en símbolo absoluto del idealismo romántico “a la mexicana”. En ese mismo año, la fama del sinaloense como cantante se acrecienta y trasciende fronteras gracias a una exitosa gira por diversos escenarios de Arizona y California, donde la comunidad mexicano-estadounidense lo incorpora a su bagaje de personajes y símbolos de la identidad nacional. Con el dinero obtenido por todos esos triunfos artísticos adquiere una casa ubicada en Rébsamen No. 728, colonia Narvarte, propiedad que contribuye al anhelado ascenso social.  
            La intervención de Infante en Si me han de matar mañana (1946), de Miguel Zacarías, representa un desafortunado interludio. Apenas se le puede recordar como la película previa al primer díptico de éxito contundente que el actor realizaría para Ismael Rodríguez: el que conformaron Los tres García y Vuelven los García, ambas filmadas en 1946. En dichas obras se lleva a cabo la más clara glorificación del machismo que, elevado al cubo, permitirá un sólido contraste del que Infante saldrá convertido en un auténtico ídolo popular. Al año siguiente, otro gran actor mexicano, Joaquín Pardavé Arce, se asume una vez más como director y retoma algunas de las características del personaje interpretado por Infante en el mencionado díptico de Rodríguez, es decir, mujeriego, dicharachero y cantador, para a su vez elaborar otro par de comedias rancheras al gusto “del pueblo”: La barca de oro y Soy charro de Rancho Grande.
            Pero las fórmulas de la comedia ranchera parecían ya completamente desgastadas, lo que, aunado al intenso crecimiento urbano ocurrido sobre todo en la capital del país, preparó el terreno para el advenimiento de una serie de películas ambientadas en la atmósfera citadina. A imitación descabellada y delirante de las propuestas estéticas del Neorrealismo italiano y el realismo liberal estadounidense, Ismael Rodríguez acometió en 1947 la película consagratoria de Pedro Infante como mito e icono del cine nacional: Nosotros los pobres. De este suculento banquete sentimentalista ya se ha dicho demasiado, entre otras cosas que probablemente es la película mexicana más vista y conocida, además de que concentra mejor que todas sus congéneres la muy cuestionable perspectiva pequeñoburguesa acerca de la miseria urbana. A esas y otras consideraciones habría que agregar que gracias a su inusitado éxito económico, la cinematografía mexicana pudo sortear la crisis que le planteó el fin de la Segunda Guerra Mundial, toda vez que esa obra implicó el desarrollo de una fórmula que conjugó el abaratamiento de costos y el atractivo taquillero per se. Estrenada el 25 de marzo de 1948 en el cine Colonial, en ese entonces la catedral de las salas populares de la ciudad de México, Nosotros los pobres dio motivo a una especie de desplazamiento “del rancho a la cantal” gracias al cual el cine mexicano pudo seguir prosperando, ahora también a costa de un público urbano cada vez más ávido de encontrar en las pantallas el espejo de sus vicisitudes cotidianas, o de lo que entonces se consideraba como tales. Y mientras todo esto sucedía, la vida íntima de Pedro Infante era cada vez más objeto de la atención por parte de periodistas que hacían del “culto a la estrella” su único modus vivendi. En correspondencia, el actor dio más de un motivo para el escándalo,  sobre todo al saberse del inicio de su tormentoso amasiato con la joven bailarina Guadalupe Lupita Torrentera, con la que procrearía tres hijos: Graciela Margarita (que murió siendo muy pequeña), Pedro y Guadalupe. Tal fue la manera con que el ídolo comenzó a pagar el precio de la fama.
             Por más de un motivo se puede decir que entre 1947 y 1952 la carrera artística de Infante alcanzó el periodo de auge. En términos cinematográficos, dicho periodo comprende 28 títulos en los que el actor trabajó para diez de los más importantes directores del cine mexicano de la época: René Cardona, Ismael, Joselito y Roberto Rodríguez, Emilio Fernández, Rogelio A. González, Miguel Zacarías, Juan Bustillo Oro, Fernando Méndez y Fernando de Fuentes. Al folclorismo didáctico y primitivo de Cartas marcadas (René Cardona, 1947), habría de seguir otro reencuentro con el cada vez más inspirado Ismael Rodríguez: Los tres huasteccos (1948), obra maestra de la exaltación machista-regionalista para la que Infante interpretó, como el título indica tres papeles: bandolero, militar y cura. El triunfo en taquilla obtenido por la cinta fue la mejor evidencia del profundo impacto popular de la figura simpática y virilmente encantadora cultivada por Infante a manos del más joven y talentoso de los hermanos Rodríguez Ruelas. En los restantes meses de 1948, Infante acumula otras tres  cintas a su exitosa filmografía: Angelitos negros (realizada por Joselito Rodríguez), un típico melodrama “antirracista” con la española Emilia Guiú en el papel de madre villana; Ustedes los ricos, de Ismael Rodríguez, inevitable secuela de Nosotros los pobres, realizada en un tono aún más delirante que su predecesora, y Dicen que soy mujeriego, de Roberto Rodríguez, cuyo título parecía convocar y definir el arrastre popular de su principal intérprete con el público femenino.
            1949 será otro año significativo en la vida artística y personal de Infante. La consagración va de la mano de la fortuna monetaria por lo que el artista, fiel a su imagen de “hijo bueno y agradecido, obsequia a sus padres una lujosa residencia ubicada en la colonia Lindavista, al norte de la ciudad de México. Pero “la fuerza del destino” le manda un primer aviso: el 22 de mayo, mientras pilotea su avioneta acompañado de Lupita Torrentera sufre un accidente que por poco le cuesta la vida. En septiembre, su “Chorreada” Blanca Estela Pavón muerte en forma trágica en otro accidente aéreo ocurrido en las faldas del volcán Popocatépetl. Sin embargo, todo eso no es obstáculo para que emprenda exitosas giras por el sur de los Estados Unidos, Centro América y el Caribe, y, sobre todo, para que protagonice una nueva serie de filmes: El seminarista, filmada por Roberto Rodríguez en plan modesto; Las mujer que yo perdí, también realizada por Roberto Rodríguez, con oportunista título alusivo al fallecimiento de Blanca Estela  Pavón, protagonista femenina de un drama rural mediocre, y un nuevo díptico bajo la atinada realización de Ismael Rodríguez: La oveja negra y No desearás la mujer de tu hijo, auténtico duelo de actuaciones entre Infante y Fernando Soler, encarnación fílmica del más rancio paternalismo, que ya para entonces se consideraba un serio obstáculo a las manifestaciones sociales y éticas de la modernidad.
            A esas alturas, Ismael Rodríguez ya consideraba al actor sinaloense como digno y capaz de representar de forma cabal a una de las figuras del panteón patrio. Gracias a ello,  en los primeros meses de 1950 Infante encarnará, “a todo color”, al célebre músico porfiriano Juventino Rosas, autor del vals que da título al filme: Sobre las olas, que por cierto se convertiría el la película favorita de Infante, ello si nos atenemos a varias de las declaraciones que a partir de ese momento hizo a la prensa nacional y extranjera. En lo que restó del citado año, la vida de Infante osciló entre nuevas grabaciones para la Peerles (algunas de las cuales alcanzaron más de 70 mil copias vendidas, cifra récord para la época) y la filmación de otros cuatro títulos, la mayoría igualmente taquilleros: También de dolor se canta, melodrama muy al eficaz pero simplón estilo de René Cardona; Islas Marías, filme carcelario de Emilio Indio Fernández, quien aún ostentaba el lugar como el cineasta mexicano más reconocido a escala nacional e internacional; El gavilán pollero, que marcó el brillante debut de Rogelio A. González como director y que resultó una obra maestra sobre los resortes sicológicos del machismo y su corolario, la homosexualidad masculina, y La mujeres de mi general, en la que Ismael Rodríguez estableció las pautas de su peculiar mirada sobre la Revolución Mexicana.    
            Durante 1951, Infante agrega otros cinco títulos a su intensa carrera fílmica: Necesito dinero, que marcó su segundo filme bajo las órdenes de Miguel Zacarías; ATM (A toda máquina) y ¿Qué te ha dado esa mujer?, díptico de Ismael Rodríguez vagamente inspirado en el tema de la amistad viril, cultivado hasta sus últimas consecuencias en la obra del gran Howard Hawks, y Ahí viene Martín Corona y El enamorado, ambas filmadas por Zacarías a partir de las vicisitudes radiofónicas de un legendario bandolero social. En esa época hace su aparición la entonces joven actriz de reparto Irma Dorantes, quien tiempo después habría de darle un radical giro sentimental a la vida del ídolo.
            Por varias razones, puede considerarse a 1952 como el año más sobresaliente en la carrera cinematográfica de Infante. A lo largo de esa etapa su bien lograda y consolidada fama le permite darse lujos de la más diversa índole, entre ellos participar en una nueva serie de nueve películas al hilo. Rogelio A. González lo dirige en otro díptico muy popular y significativo: Un rincón cerca del cielo y ¡Ahora soy rico!, cintas que en alguna medida se ofrecen como retratos de la vida familiar, sentimental y hasta económica del actor ya que el rápido ascenso social cuesta al protagonista una fractura de su vida matrimonial y como complemento del triángulo amoroso que termina por causarla estará, ni más ni menos, que la bella Irma Dorantes en plan de jovencita seductora. Vienen después las breves intervenciones musicales para Había una vez un marido y Sí, mi vida, simpáticas comedias conyugales dirigidas por el buen artesano Fernando Méndez, y el papel de refuerzo, como él mismo, en Por ellas aunque mal paguen, de Juan Bustillo Oro, cinta con la que pretendió en vano lanzar al estrellato a su hermano Ángel Infante, varios años mayor que él (por cierto que, como parte de la trama, Pedro sufría un accidente aéreo del que, como en anteriores ocasiones, salvaba la vida). De nuevo en plan de protagonista se pone a las órdenes de Fernando de Fuentes, el patriarca del cine clásico mexicano, para el que filma Los hijos de María Morales, buena comedia campirana en la que de nuevo aparece al lado de Antonio Badú, su coestelar en El gavilán pollero. Hacia mediados del año, Ismael Rodríguez convoca a Jorge Negrete para que junto a Infante actué en Dos tipos de cuidado, una de las obras cumbres de la comedia ranchera, género por excelencia del cine mexicano. En más de un sentido, esta película es la prolongación, en el plano cinematográfico, del muy concurrido “mano a mano” musical que la dupla Negrete-Infante había venido sosteniendo en el Teatro Lírico. Como el espectáculo tuvo un éxito descomunal, ello marcó la pauta para reunir en el celuloide a los dos “colosos” de la taquilla. Por testimonio de Rodríguez se sabe que para que el proyecto pudiera concretarse hubo necesidad de que intervinieran “altos funcionarios”, encabezados por Miguel Alemán Jr. Ya desde su rodaje, Dos tipos de cuidado tenía garantizados enormes ingresos económicos; toda proporción guardada, la cinta fue para el cine mexicano el equivalente a Lo que el viento se llevó. Pero más importante que todo ello es el hecho de que Infante aprovechó muy bien la ocasión: al tener como polo opuesto a la figura engreída y petulante de Negrete, hizo de su personaje, llamado PedroMalo, un derroche de simpatía, estilo y vivacidad como pocas veces logró en su carrera.    
            Durante los últimos meses de 1952, el ídolo de Sinaloa se dedicó a la filmación de dos películas un tanto rutinarias: Ansiedad, de Miguel Zacarías, en la que compartió créditos estelares con la diva argentina Libertad Lamarque, y Pepe el Toro, de Ismael Rodríguez, secuela tardía de Nosotros los pobres y Ustedes los ricos. También en ese lapso adquirió los terrenos para edificar, en las afueras de la ciudad de México, la “Ciudad Pedro Infante”, una mansión proyectada con todos los lujos y comodidades, incluido un moderno gimnasio, pues el hombre seseaba mantener a toda costa su imagen de hombre sano y atlético, reforzando con ello su atractivo viril, muy al delirante gusto de sus admiradoras (esa fue la época en la que un periodista llegó a denominarlo “El Apolo de Guamúchil”).
Concluido el sexenio alemanista, caracterizado por la expansión del cine urbano en todas y cada una de sus variantes (melodrama, comedia, cintas de cabaret, dramas familiares, películas de gángsters y todo tipo de criminales, etc.), la crisis estructural de la industria fílmica se hizo cada vez más patente. La situación de privilegio que había originado la situación de guerra comenzó a desvanecerse y se pasó de manera abrupta de la “Época de oro” a un largo periodo en el que predominarían las cintas baratas y de baja o nula calidad, que luego sería identificadas como “churros mexicanos”. Sin embargo, dicho contexto no parece haber afectado mucho la carrera artística de Pedro Infante. A pesar de alguno que otro fracaso, el ídolo se mantuvo por varios años más en la cúspide de la fama, de hecho hasta que sobrevino su trágica muerte.
Por lo pronto, a lo largo de 1953 la vida de Infante acumuló una serie de acontecimientos dignos de mención. El 10 de marzo se casa con Irma Dorantes, lo que da pie a nuevos escándalos en la prensa, mismo que acrecentarán su popularidad. Realiza una exitosa gira por el sur de los Estados Unidos y Cuba y sus constantes triunfos en la radio le valen el mote de “El rey del bolero ranchero”, gracias sobre todo a sus magníficas interpretaciones de melodías de José Alfredo Jiménez y Rubén Fuentes, sin duda los dos mejores exponentes de ese género. Por lo demás, la muerte de Jorge Negrete, a consecuencia de una cirrosis hepática, lo deja prácticamente solo en el favor de un público cada vez más heterogéneo y masivo. También en ese año lleva a cabo una actuación especial en Reportaje, de Emilio Fernández, especie de collage fílmico en el que se dan cita la mayor parte de las “luminarias” del cine nacional, y actúa en el principal papel masculino de Gitana tenías que ser, coproducción hispano-mexicana realizada por Rafael Baledón, en la que trabaja al lado de la famosa bailaora Carmen Sevilla. La cinta marca el primer intento serio por hacer de Infante un actor de “talla internacional”, toda vez que su popularidad en el mercado interno está más que probada.
En 1954 Infante protagoniza otras seis películas, lo que una vez más demuestra el notable arraigo de su figura, para entonces convertida en uno de los emblemas del cine nacional: Cuidado con el amor, de Miguel Zacarías; El mil amores, Escuela de vagabundos, La vida no vale nada y Pueblo, canto y esperanza, todas ellas de Rogelio A. González, y Los Gavilanes, de Vicente Oroná, película con la que cofundó, al lado de su compadre Antonio Matouk, la empresa productora Matouk Films, y que, paradójicamente, resultó un fracaso a la hora de su explotación comercial. Conviene aquí hacer una alusión a Rogeluio A. González, convertido de hecho en el director de cabecera de la última etapa de Infante. Discípulo avanzado de Ismael Rodríguez, a González le correspondió crear una nueva imagen del actor, más adecuada a los gustos de la pujante clase media urbana. Ello sin desaprovechar la gracia y la exaltación machista de las que Infante había hecho gala en muchas comedias rancheras, así como en otras cintas de atmósfera urbana citadina. Debido a esos elementos, dicho sector social no tuvo empacho en incorporar a Infante a su bagaje de mitos y estereotipos, con lo que el ídolo salió ganado.
Escuela de música, filmada en 1955 por Miguel Zacarías, representa, junto a Cuidado con el amor, otro intento para lanzar a Infante todavía más rumbo al plano internacional; en esta mediocre comedia musical el actor llega a cantar en portugués y se desenvuelve en un clima que se pretende sofisticado y suntuoso. Acaso mejor administrado, durante el resto de ese año filma otras tres películas: La tercera palabra, de Julián Soler; El inocente, de Rogelio A. González, comedia de ascenso social “a través del amor” en la que Silvia Pinal alcanza otro de sus momentos de esplendor, y Pablo y Carolina, realizada por Mauricio de la Serna dentro del muy explotable género de de comedia de enredos sexuales. En el mismo año, la vida personal del artista oscila entre la profunda tristeza debida a al fallecimiento de su padre y la inmensa alegría que le provoca el nacimiento de su hija Irma Dora, producto del matrimonio con la Dorantes. Y como corolario, la decadente Academia Mexicana de Cinematografía le otorga, por fin, el Ariel como mejor actor por su trabajo (de hecho una triple caracterización) en el excelente melodrama La vida no vale nada. Como gesto de modestia o de resentimiento (o una mezcla de ambos), Infante no acude a recibir la estatuilla, lo que da lugar a todo tipo de suspicacias. 
Las que a la postre vendrían a ser las dos últimas películas de Infante, ambas filmadas en el transcurso de 1956,  resultaron altamente significativas. Tizoc, de Ismael Rodríguez, fue una ambiciosa obra indigenista donde el actor compartió los principales créditos con la diva María Félix. Aunque puede considerarse como la peor actuación del ídolo (el muy falso papel de  aborigen enamorado de una bella aristócrata incluso lo orilló al ridículo), fue el trabajo que le permitió la consagración en el extranjero al obtener, post mortem, un premio en el muy importante Festival de Berlín. En la otra película, la brillante comedia Escuela de rateros, dirigida por Rogelio A. González, interpretó un doble papel: petulante actor de cine y modesto panadero de barrio. Sin saber que se trataba de la última aparición de Infante en pantalla  (incluso la cinta se estrenó, con enorme éxito, poco más de un año después del trágico accidente ocurrido en Mérida), González realizó un claro homenaje a la carrera y mitología del actor, y hasta se dio el lujo de jugar con la idea de su  ya pronta e inevitable decadencia.
Infante inició el año de 1957 preparándose para acometer varios proyectos, incluido el que Ismael Rodríguez pensaba titular Museo de cera, obra para la que el artista sinaloense iba a interpretar siete personajes diferentes: todo un reto para sus capacidades histriónicas. Pero el desastre aéreo que impactó al país el 15 de abril de ese año cortó de tajo todas las aspiraciones. Tres años después, Ismael Rodríguez y Miguel Zacarías decidieron de forma simultánea rendir homenaje a la memoria del ídolo y sacar provecho de ello a través de sendas películas: Así era Pedro Infante, “documental de montaje” que enaltecía la figura del difunto en base a una serie de lugares comunes, y La vida de Pedro Infante, fallido melodrama biográfico en el que María Luisa León impuso una distorsionada perspectiva en función de la taquilla.
A manera de colofón se puede decir que justo en el periodo enmarcado entre 1957 y 1960, la crisis padecida por la industria fílmica mexicana se haría todavía más profunda, lo que mueve a suponer que, en el caso de que el ídolo no hubiera fallecido piloteando su avión, tarde o temprano su carrera se hubiera eclipsado de forma vergonzante, justo como ocurrió con todos aquellos que alguna vez habían formado parte del “Star System” propuesto  por el cine nacional durante la mítica, irrepetible y cada vez más lejana “Época de oro”.

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